lunes, 9 de noviembre de 2009

NAN Goldin

Nan Goldin

Curadores: Kerstin Erdman y

Carlos Ashida

Con la colaboración de Randy Walz y Leonardo Ramírez.

Del 30 de julio al 27 de septiembre de 2009

Galería Jesús Gallardo planta alta

Pedro Moreno 202, esquina Hermanos Aldama

León, Guanajuato, Centro.

México






Ver / Nan Goldin


[….]

ojos que nada ven, almas que nada esperan.

Carlos Pellicer


Para ver hay que abrir los ojos y no cerrarlos. Aunque de apariencia engañosamente obvia y fácil de cumplir, todo está en contra de esta simple indicación. El tedio, la fatiga y el paso de las horas van acumulando peso en los párpados, van produciendo el escozor que anuncia al sueño. Por otra parte, la descarga punzante del dolor o del placer nos obliga también a cerrar los ojos, en tanto que el miedo ordena cubrir el rostro con las manos en un inútil y pueril gesto de defensa. En todos los casos, dejar de ver, replegándose al oscuro interior del propio cuerpo, es un reflejo perentorio e instintivo que busca protección y alivio.


Ver, verdaderamente ver, implica una voluntad expresa, una determinación valiente, una fortaleza especial. La mirada ordinaria apenas si roza las cosas, palpa el terreno con un gesto más cercano al de un invidente que a lo único que aspirar es salvar los escollos del camino cotidiano. La mirada ordinaria, displicente y anémica, sólo recoge los fragmentos necesarios para trazar un horizonte sin relieves, sin sobresaltos. Sólo cuando se altera esa línea continua y muelle es cuando el acto de mirar adquiere niveles de conciencia y despliega sus posibilidades de percepción. Paradójicamente, la feroz maquinaria consumista de La sociedad del espectáculo, productora de un alud de estímulos visuales, lejos de ampliar las posibilidades de asombro, sepulta bajo una gruesa capa de estruendo mercachifle la ocasión de abrir los ojos ante una verdadera revelación, sobre todo cuando la primera condición de lo extraordinario, parafraseando a Roberto Bolaño, es pasar inadvertido.


Para ver como Nan Goldin lo hace, se requiere de la disposición a correr riesgos dejando de lado cualquier resistencia o previsión, de asumir de antemano que se enfrentará el reto en un estado de extrema vulnerabilidad, en el que la cámara no ofrece protección alguna. Requiere también de la capacidad para no apartar la mirada, para seguir viendo a través del llanto, triste o gozoso, provocado por el espectáculo contradictorio de la vida.


La mirada de Nan Goldin le exige un sometimiento total. Nada más alejado de ella que la mirada del fotógrafo de estudio, de quien construye sus imágenes en horas hábiles. Aunque afín a la de un fotoperiodista al asecho, la mirada de Nan Goldin es aún más demandante, ya que la de aquel está sujeta a la agenda de la guerra o el desastre en turno, al azar voluble al que se entrega el cazador furtivo, en tanto que la de ella no da un minuto de tregua, porque la lucha es permanente y sucede en casa, porque es ella misma la que convoca a voluntad la catástrofe, el prodigio y la presa.


La posición de esta artista se nos revela a veces como la condena de un insomne que nunca alcanzará el sueño, pero sobre todo como la aceptación de un destino. En cualquier caso, los costos en dolor son altos y las imágenes recogidas, como heridas que se resisten a cicatrizar, son bálsamo y expiación. Sin embargo, la retribución que alcanza también es elevada. Haber resistido a la adversidad y al desgaste que reclama el ejercicio de la libertad, ha dotado a Nan Goldin de una capacidad de ternura, a la que puede recurrir en soledad y silencio, o en medio del estruendo de una multitud; en el lecho de convalecencia o en el jardín de las delicias.


La posición de esta artista se nos revela a veces como la condena de un insomne que nunca alcanzará el sueño, pero sobre todo como la aceptación de un destino. En cualquier caso, los costos en dolor son altos y las imágenes recogidas, como heridas que se resisten a cicatrizar, son bálsamo y expiación. Sin embargo, la retribución que alcanza también es elevada. Haber resistido a la adversidad y al desgaste que reclama el ejercicio de la libertad, ha dotado a Nan Golding de una capacidad de ternura, a la que puede recurrir en soledad y silencio, o en medio del estruendo de una multitud; en el lecho de convalecencia o en el jardín de las delicias.


Recurriendo de nuevo a Roberto Bolaño, podemos decir que Nan Goldin convierte el dolor y el placer de los otros en la memoria de uno. Convierte el dolor, que es largo y natural y que siempre vence, en memoria particular, que es humana y breve y que siempre se escabulle. Convierte un relato bárbaro, un ulular incoherente sin principio ni fin, en una historia bien estructurada en donde siempre cabe la posibilidad de suicidarse. Convierte la fuga en libertad, incluso si la libertad sólo sirve para seguir huyendo. Convierte el caos en orden, aunque sea al precio de lo que comúnmente se conoce como cordura.


Cuando Nan Goldin espeta lapidariamente I'll be your mirror, confiesa su naturaleza de insomne crónica. Al igual que el espejo –ojo perpetuamente abierto– no parpadea, y devuelve obsesivamente lo que su cámara refleja. Hablar de sus obras en términos de honestidad, fidelidad u objetividad resulta irrelevante, son primordialmente versiones –parciales, imperfectas e incluso deformes– de lo que a ella le ha tocado llamar realidad. Al reflejarnos en el espejo que esta artista nos ofrece, sorprende que su superficie no sea fría e inmutable sino cálida y palpitante, sorprende también que, más allá de de nuestros rasgos fisonómicos, Nan Goldin devuelve un rostro trazado con emociones complejas y contradictorias en el que de alguna manera nos reconocemos.


Carlos Ashida


Imágenes de la exposición

































Inauguración


















Queremos hacer patente nuestro agradecimiento a las siguientes Instituciones y personas que amablemente nos ayudaron a realizar esta exposición:


Matthew Marks Gallery New York

Colección Fundación Televisa

Colección Isabel y Agustín Coppel

Colección Charpenel

Colección Kunsthaus Santa Fe

David Ramírez Chávez

Matthew Marks, Jeffrey Peabody, Randy Walz, Agustín e Isabel Coppel, Fabiola García, Yameli Mera, Mireya Escalante, Mauricio Maillé , Fernanda Monterde, René Castellanos, Iván Gómez, Elizabeth Calzada Michel, Patrick Charpenel, Lothar Müller, Ana Quiroz, Miguel, David Ramírez Chávez, Robert Evren, Alejandro Rojo, Hugo Odón Medina, Marco Casado, Silvia Prada, Kim Ann Foxman, Jaime Ashida, Gaby, Folco Näther, Graciela Amaro Hernández.



Fotografías: Marco y Dafnis Casado.




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